La Puerta

Cuatro paredes. O tres. O cinco. Ninguna. No se si está oscuro, pues no veo nada. Hace mucho que se está así, aquí adentro, tan tranquilo. Años atrás dormía mucho, contaba, corría, pero me interrumpía a veces por luces. Breves destellos me dejaban en una blanca negrura, que mucho cambio no daba, pero deslumbrante, me confundía y alegraba. Con el tiempo un día una puerta me enseñó. La dibujé en el vacío, distante, la toqué. Roble o metal, ni sabía ni me importaba. Los destellos se fueron y dejaron esto tangible. Primero mis ojos y ahora mis manos. Era cuadrada y a veces redonda, pero no me importaba mientras siguiera cambiando. Con suaves relieves y un misterioso interior, la puerta pasaba su tiempo allí, solo para mí, solo por mí. Yo no sabía de nada. Ni qué tamaño, ni que forma tendría la puerta al acercar mi mano. No me importaba. Al tocarla y mientras la tocara sería mía, junto a su pasado y mi futuro. Esa puerta cuya existencia me supera, ese muro, esa brisa, fría pero palpable, dura, pero tan suave. ¿Por qué querría yo abrirla? Me sorprendí preguntándome. En mi mundo sin ventanas o colores, yo lo sabía todo. Lo dibujaba y existía. Lo soñaba, lo sentía. Esa puerta que yo mismo inventé, eso con la que yo hice conectar mi mundo con quién sabe qué. ¿Cómo pretendo yo perturbarla? No me comprendo al tratar de empujarla, embestirla. No sé si es lo que hago o lo que sueño. ¿Mi mundo es real? ¿Qué habrá detrás? Preguntas sin respuestas dentro. Una puerta con promesa. Salir o entrar. ¿Dónde estoy, sino afuera o adentro? ¿Qué quiero saber? ¿Qué quiero cambiar? Esa puerta no dejará de brillar, pero ¿qué puedo ganar? ¿qué puedo perder? Una oscuridad diferente imagino al otro lado. Caótica, distante, dónde no podré dibujar y mi mundo no será mío. Quiero quedarme aquí, dibujando mi puerta, preguntándome qué habrá más allá, sin importarme eso, espero, más que mi lugar, mi oscuridad.